martes, 25 de octubre de 2011

UN DÍA VENDIENDO DULCES EN LA URUGUAY



Por Mariel Gonzales

La tienda de don Walter

Estaba caminado por la avenida Uruguay un día de sol y de pronto encontré a un señor sentado en su puesto. Observé que estaba solo y tenía cara de ser una persona amable y por eso decidí abordarle.

- Muy buenos días señor, mi nombre es Mariel Gonzales, le dije y le extendí la mano
- Buenos días señorita mi nombre es Walter Rojas, me respondió amablemente
- Disculpe la molestia, soy estudiante de la Universidad Privada Domingo Savio, estoy tratando de hacer un trabajo final de la materia de Redacción General y elegí el tema de los ambulantes, quisiera que usted me ayude, le dije con una sonrisa.
- ¡Ah! no creo poder ayudarle, tengo mucho trabajo y no tengo mucho tiempo, me dijo con una seriedad que intimidaba.
-  Por favor deme una mano, si usted me permite puedo ayudarle a atender claro si usted me lo permite.
- Está bien la ayudaré, me respondió.

Es un lugar muy pequeño donde el señor ya está acostumbrado a estar más de 13 horas trabajando todos los días. El señor Walter confiesa que desde niño su sueño era tener su propio negocio y “que gracias a Dios pudo empezar desde abajo” y creció hasta comprarse un kiosco lo cual le permite mantener a su familia.

El señor Walter está muy contento con su trabajo, no se avergüenza de nada. Es un hombre que con su sonrisa conquista a las personas por ser amable y atender a su clientela con educación. Gracias a eso los clientes lo eligieron como su “casero” oficial.

Sin duda alguna este noble hombre ha pasado por muchas cosas malas: una de ellas es lidiar con la gente mal educada y  malvivientes que tratan de distraerlo para poder robarle. También la Alcaldía le ha dado muchos dolores de cabeza ya que los gendarmes en más de una ocasión le decomisaron su mercancía y para recobrarla tuvo que pagar la multa. Pero ese tema ya fue solucionado con un permiso especial otorgado por dicha institución.

Observándolo me pude dar cuenta que tiene un sufrimiento por dentro, pues su mirada es triste y de vez en cuando lanza un suspiro de nostalgia. Sólo él sabe que pasa por su mente en esos momentos. Pero borra ese semblante y se concentra en sus clientes para espantar los malos recuerdos.

El puesto es muy limpio y ordenado ya que el señor Walter sabe cómo funciona el negocio para ganar clientela, a diferencia de otros que son sucios y aburridos a la hora de atender a sus clientes casuales.

El kiosco del señor Walter queda ubicado en la avenida Uruguay esquina Beni. Es de metal de lata mide aproximadamente 1x2 de largo y de ancho 2x3. Lo que se vende son: galletas, cigarros, dulces, gaseosas, punto de llamada y tarjetas telefónicas. Lo que más se vende son las gaseosas por los calurosos días.

Al llegar los clientes empiezo a vender sin demora para que vea que soy una buena ayudante. En ese momento no sabía qué hacer pero lo tomé con calma y quise dar la impresión de que era una experta en el negocio.

- Buenos días señor que desea, le dije al primer cliente que atendí
- Véndame una galleta club social y una soda popular por favor, me dijo.
- Le pasé lo que me pidió y con respeto le despedí
- Señor Walter ¿cómo lo hice?, le pregunté
- Lo hizo bien por ser la primera vez, pero le falta un poco de rapidez, ya que la gente que pasa por aquí tiene mucha prisa,  me contestó riéndose.
- Lo único malo es que el lugar es pequeño y estar dos personas juntas es muy incómodo.

Llegó la hora del almuerzo y el señor Walter tiene que esperar a que le traigan la comida, así que esto puede demorar algunos minutos o una hora.

También tuve la experiencia de estar presente cuando el señor Walter atendió a un señor mal educado el cual fue a comprar un 1bs de cigarro y quiso pagar con un billete de 50bs y pues no había cambio. Entonces el señor se molestó y nos faltó el respeto. Esta actitud hace que los vendedores se sientan ofendidos porque son personas que dan un servicio y merecen un trato amable.

Al llegar a las seis de la tarde me despedí de él, no sin antes agradecerle por haberme dado la oportunidad de acompañarle en su jornada laboral y sobretodo la experiencia de un trabajo digno. Noté en sus gestos también el agradecimiento por la ayuda que le brindé y el surgimiento de una nueva amistad, pues esta clase de experiencias nos regalan amistades casuales pero no menos importantes.
-“Ojalá pronto nos volvamos a ver y que ojalá su ayuda me sirva de mucho en mi trabajo de la universidad”, le dije con una sonrisa y me alejé del lugar muy satisfecha.

Hacer este trabajo me sirvió de mucho ya que aprendí a estar todo un día atendiendo un puesto en la calle. Sufrí en carne propia las necesidades y calores que pasan estas personas todo el día bajo el sol en un cajoncito de lata. También conocí muchas personas que se sienten felices de tener a don Walter como su proveedor. Fue una experiencia dura e incómoda pero me sirvió para aprender un nuevo oficio por si algún día debo repetir la experiencia.